La chica de los colores by Araceli Samudio

La chica de los colores by Araceli Samudio

autor:Araceli Samudio
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788416942893
editor: Nova Casa Editorial
publicado: 2017-06-02T00:00:00+00:00


22

El testamento

• Celeste •

—¿Entonces? ¿Qué tal es la bruja? —preguntó Diana aquella mañana mientras íbamos a la plaza.

—No lo sé, muy bruja, creo yo… En definitiva, no me acepta ni me aceptará —bufé algo frustrada.

—Bueno, lo importante es que te acepte el hijo, ¿no? —comentó Diana divertida—. Lo de las suegras siempre será todo un tema.

—Me hubiera gustado agradarle. —Me encogí de hombros.

—¿Y tu mamá? ¿Has hablado con ella de Bruno desde que estuvieron en su casa?

—Sí, ella dice que parece un buen chico, pero tiene miedo que sufra, ya sabes. Él es de otra clase social y todo eso la lleva a pensar que puede no funcionar. Esta tarde vendrá junto a mí, vamos a ir a ver a un viejo amigo de la familia que nos pidió que lo visitáramos —añadí.

—¿Sí? ¿A quién?—preguntó Diana.

—Sí, es un hombre que era el mejor amigo del abuelo Paco, trabajaban juntos. Llevamos mucho tiempo sin verlo, desde que se retiró hace como diez años… Dijo que tenía algo importante que hablar con nosotras —comenté. La verdad es que me sentía con mucha curiosidad al respecto.

—Qué raro, ¿no?

—Bastante, a decir verdad —asentí encogiéndome de hombros.

Mi mamá llegó a la plaza junto a mí al mediodía. Nos fuimos a almorzar juntas y me llenó de preguntas sobre el almuerzo en lo de Bruno.

—Cuídate, Celeste —dijo, y yo solo asentí—, las relaciones entre personas de diferentes clases no siempre salen bien. Además, su madre tiene mucho poder.

—Bruno no es como su madre, a él no le importa el dinero. —Mamá suspiró.

—No quiero que pienses que tengo algo en contra de él, ni que me molesta que estén juntos. Es solo que no te quiero ver sufrir, hija —murmuró con ternura.

—¿Crees que sufriré? —le pregunté con temor. Después de todo, se dice que las madres siempre tienen la razón, ¿no?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Celeste… Yo… mmm, hija… ¿Se están cuidando? Ya sabes… a lo que me refiero —dijo muy nerviosa. No podía creer lo que mi madre me preguntaba.

—¿Qué? —pregunté. Ella no era de esas personas con quien uno podía hablar de todo.

—Solo… no quiero que pase algo y él se largue. Un niño en tu situación sería demasiada complicación. Además, su madre tiene mucho poder... y...

—No te preocupes, mamá —la interrumpí sonriendo incómoda sin querer entrar en detalles al respecto—. No sucederá —ella sonrió asintiendo igual de incómoda, pero aparentemente conforme con mi respuesta.

Cuando el almuerzo terminó, tomamos un taxi y fuimos a la casa de Alberto Méndez, a quien yo cariñosamente llamaba tío Beto, para finalmente enterarnos por qué quería vernos.

—¿Cómo están estas mujeres tan hermosas? —nos saludó amablemente. Había envejecido mucho desde la última vez que lo vi, y lo acompañaba un hombre de unos cuarenta años.

Nos guio a una especie de biblioteca, donde nos sentamos en una mesa redonda, y nos sirvió té.

—¿Juan no pudo venir? —preguntó entonces.

—No puede dejar el negocio —respondió mamá— Ya sabes, los tiempos han cambiado.



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